“Al igual que la materia del arquitecto es la madera y la del escultor el bronce, así la propia vida de cada uno es la materia del arte de la vida” Epicteto
Nuestra vida es la expresión de esa obra de arte que vamos realizando cada día y que no sabemos de antemano, como sucede en toda verdadera creación, cuál va a ser su forma acabada. No obstante, y aunque todos anhelemos VIVIR con plenitud, en contadas ocasiones tratamos de aprender ese arte, otorgamos más importancia y dedicamos nuestra energía a la satisfacción de necesidades que nos producen un placer y un sosiego momentáneo.
Cuenta un cuento del mulá Nasrudín que: “El mulá estaba a cuatro patas buscando la llave de su casa en uno de los pasillos del mercado. Un amigo se sumó a él en la búsqueda. Sólo tras un largo rato de esfuerzo infructuoso, se le ocurrió al amigo preguntarle a Nasrudín: ‘¿Estás seguro de que la perdiste aquí?’ A lo que este respondió: ‘No, estoy seguro de que la perdí en casa’. ‘Entonces, ¿por qué la buscas aquí?’, preguntó el amigo. ‘¡Es que aquí hay mucha más luz!’ explicó el mulá”.
Este relato nos sugiere que estamos buscando ‘la llave’ de nuestra felicidad (de nuestra plenitud) en el lugar equivocado.
¿No es verdad que todas las personas deseamos ser felices? Conseguir la felicidad es el fin último de cualquier acción humana. Pero, ¿qué significa ser feliz? El rasgo más característico de la felicidad es el sentimiento de satisfacción experimentado, sentido; uno es feliz si se siente feliz, si siente contento o placer. Entonces, ¿es posible ser felices?
Habitualmente identificamos la felicidad exclusivamente con experiencias fisiológicas, mentales y emocionales de naturaleza positiva y con las situaciones que las posibilitan. Así, la felicidad permanente será imposible de conseguir. Será una ilusión, la expectativa de una vida fácil llena de placeres nos mantendrá en un estado de insatisfacción crónica. Esta vida estaría marcada por la búsqueda y satisfacción constante de estos placeres. Sócrates compara esta vida con la actividad de verter agua en toneles agujereados que no se llenan sino a condición de trabajar día y noche, “so pena de las más duras privaciones”.
Sin embargo, si aceptáramos la realidad como perfecta en sí misma (perfecto es aquello a lo que nada falta ni cuantitativa –completo- ni cualitativamente –no mejorable-), romperíamos con nuestra tendencia habitual de afirmar sólo una parte de la realidad: queremos placer sin dolor, éxitos sin fracasos, crecimiento económico ilimitado, vida sin muerte,… es decir, dividimos la realidad en dos y sólo queremos una mitad, la que consideramos buena y nos esforzamos en negar, en huir de la otra mitad que calificamos como mala.
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