Cada uno de nosotros somos conocedores de que nuestra muerte es segura, pero solemos vivir sin pensarlo, como si al ignorarla consiguiéramos ser inmortales. ¿Cómo sería nuestra vida si durara eternamente?
Lo fundamental de nuestra vida no es cuánto tiempo vivimos sino cómo vivimos, de qué forma gastamos la existencia, el uso que hacemos de nuestro tiempo.

la realidad está sometida al transcurso del tiempo y llega un momento en que a todo nos toca morir, el paso del tiempo no es exterior al organismo vivo, es constitutivo de su ser. Por eso es un absurdo lamentarse de que hayamos de morir y más cuando nadie sabe en qué consiste dicha experiencia y qué sucederá con nosotros cuando estemos muertos, como decía Lucrecio “Nadie que haya experimentado el frío reposo de la muerte se vuelve a despertar”.
Pero, lo que sí podemos hacer es, por un lado, fortalecernos contra el dolor, el temor y el pánico que solemos sentir cuando nos ronda cerca el poder destructivo de la muerte. Y, por otro, como no sabemos dónde nos espera agazapada y silenciosa, parece sensato estar preparados y aguardarla en cualquier lugar, incluso en medio de placeres y alegrías y de esta forma vivir cada día como si fuera el último de nuestra existencia: disfrutar de la vida cotidiana y amar a los que nos rodean.
“¡Cuantos gozos, impaciencias, deseos, cuánta sed de vida y embriaguez de vida nacen aquí a cada instante! ¡Y sin embargo qué silencio habrá pronto recubriendo a todos estos ruidosos, a todos estos vivos, a todos estos ávidos! (…) ¡Qué extraño es que esa única certeza y esa única comunión no puedan casi nada sobre los hombres, y que nada haya más lejos de su mente que la idea de sentir esa fraternidad de la muerte”.
Nietzsche