Un equipo, es algo más que un grupo de personas, es una cosa mágica: nos permite alcanzar logros que no podríamos conseguir por nosotros mismos y, a la vez, hace que seamos más humildes. Uno relega sus necesidades, su orgullo y sus planes y pone en primer lugar las necesidades, el orgullo y los planes del equipo.
Dejamos de lado nuestro ego para pensar más en los demás, en el equipo. Cuando esto ocurre, nos transformarnos. Pasamos de ser personas relativamente incapaces a formar parte de algo más poderoso, productivo y eficaz de lo que seríamos cada una por separado.
La primera clave para que un equipo funcione es que tenga una buena razón para que sus integrantes se unan. Ésta tiene que ser lo suficientemente importante como para que se entusiasmen y compartan valores y objetivos.
La segunda clave es desarrollar las habilidades y los conocimientos, en principio de forma individual, para al final reforzar al equipo (los equipos generan habilidades colectivas que van más allá de las individuales). Todos los integrantes deben comprometerse a mejorar, a progresar día a día en los aspectos básicos. Y su líder debe ser capaz de medir y comparar esos progresos.
La tercera clave es comprender que el poder colectivo puede más que la actividad individual. Si las personas se empeñan en brillar por sí mismas pueden arruinar la efectividad del equipo. Pero, si todas lo ponen por delante y se centran en que el equipo destaque, la sinergia que se produce es mágica.
La cuarta, y última, clave para formar un equipo de éxito es reconocer diariamente el trabajo bien hecho. Las personas repetimos las acciones que nos han hecho ganar recompensas y/o reconocimiento. Se trata de realzar lo positivo, de centrarnos en aumentar en número de cosas que hacemos bien.
Las empresas de éxito son equipos de éxito.
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