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¿Oportunidad o Castigo?



El trabajo es una actividad que nos cansa y nos fastidia, que no es un fin en sí mismo, es sólo un medio que vale en función del resultado que se obtiene o se pretende: dinero, ser útil, sentirse integrado en la sociedad, crecimiento personal,… El trabajo no es un valor y por eso tiene precio.


Se trabaja para ganarse la vida y el descanso, es decir, ¡se trabaja para vivir y no sería muy inteligente vivir para trabajar! ¿Cuántas personas al morir lamentarán no haber trabajado más horas? Creo que pocas, sin embargo, ¿cuántas sí lo harán ¡y mucho! por no haber pasado más tiempo amando, viviendo, disfrutando?


El trabajo puede vivirse como un castigo o como una oportunidad. Como un esfuerzo sin sentido o como un sentido en la vida que se esfuerza en ser humana.


En un mundo amenazado por el desempleo, los que trabajan deben sentirse afortunados por tener la oportunidad de sobrevivir con un trabajo que les desagrade, por consagrar su vida a algo que les disgusta. Pero, ¿cómo es que tanta gente acepta mansamente ocupar buena parte de su tiempo en desarrollar actividades que no le gustan? Evidentemente las necesidades económicas obligan, pero ¿se agota ahí la respuesta?


El tema del trabajo nos remite a ciertas preguntas como ¿para qué estamos vivos?, ¿cuál es el propósito de nuestra existencia?, ¿sabríamos qué hacer con nuestro tiempo si no lo tuviéramos tan ocupado en un trabajo que nos desagrada?, ¿la dignidad de una persona depende de su trabajo?


“Es muy triste que la vida humana se reduzca a una mera lucha por la subsistencia. Hoy en día existe la posibilidad de que el conjunto del planeta acceda a una vida en la que la mayor parte del tiempo sea ocupada por los placeres de (…) actividades que son movidas por ningún interés material. No todo trabajo es virtuoso. El trabajo puede ser virtuoso si tiene un valor para el que lo desarrolla o para la sociedad en que se habita, y que no está basado en la explotación de otras personas”
Roxana Kreimer
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