Hemos aprendido a medir el tiempo (su manifestación física) pero nunca llegamos a conocer qué es el tiempo en sí (tiempo abstracto).
Por supuesto, tenemos experiencia real del tiempo, es algo natural y cotidiano. Pero, en el momento que tratamos de salirnos de esa experiencia e intentamos pensar el tiempo en sí, percibimos su carácter ilusorio, de irrealidad: el pasado ya no está, el futuro aún no es nada y el presente se nos escapa a cada instante.
Por otro lado, dependiendo de las culturas la concepción del tiempo y su utilización varían enormemente: para nosotros en Occidente el tiempo es irreversible, lineal, va en un solo sentido; sin embargo, en Oriente es cíclico.
Sea como sea, el tiempo es una convención útil para comprender la realidad y, por tanto, la vida y la muerte. Tiempo y muerte están íntimamente relacionados, nos enfrentan a la finitud del ser humano. Nuestra vida está limitada por el tiempo, y cuanto más tiempo pasa menos nos queda. Por ello, en lo que atañe a nuestra vida cotidiana, lo que sea el tiempo para notros dependerá de cómo lo vivamos.

Así, por ejemplo, ¿cuál de los dos proverbios siguientes expresa mejor tu concepción del tiempo?: “Las horas, todas hieren y la última mata” o “el tiempo es oro”.
Si nuestra concepción del tiempo se aproxima más a la primera lo estaremos considerando como algo exterior a nosotros, como una fuerza opresora que se nos impone, que soportamos y por tanto, tendrá un valor más bien negativo y nosotros un papel pasivo ante él, ante la vida. Si, por el contrario, estamos más próximos al segundo proverbio, nos parecerá como que el tiempo está en nosotros, como un valor positivo porque podemos hacer algo con él, con la vida y eso sí depende de nosotros: jugar un papel activo en nuestra propia vida.
Wittgenstein decía: “Si entendemos por eternidad no una duración temporal finita, sino la intemporalidad, entonces vive eternamente quien vive en el presente”
Todo empieza hoy, todo empieza en ti.