El otro día volví a oír la frase “nacemos solos y morimos solos” y recordé que hace un tiempo me parecía una frase triste que reflejaba la desolación en la que vivimos muchas facetas de nuestra vida.
Y, sin embargo, ahora entiendo que refleja la conciencia con la que nos interesa vivir nuestras vidas.
Me explico, desde mi punto de vista, comprender que por muy acompañados que vivamos nuestras vidas, cada una de nuestras decisiones, cada instante de nuestra vida lo vivimos desde nosotros y sólo lo podemos vivir desde nosotros (incluso aún siendo momentos compartidos).
Este ser consciente de que nuestra vida “solo” la vivimos desde nosotros es lo que nos permite Vivir con mayúsculas, ser dueños y responsables de nuestros pensamientos, de nuestras emociones, de nuestras acciones.
Vivir así es vivir desde cada uno de nosotros, desde nuestra esencia. Y desde este lugar “nacemos solos y vivimos solos” se transforma en una soledad siempre conmigo, una soledad poderosa y enriquecedora desde la que podemos compartir nuestra vida sin pretender que otros llenen ese vacío, esa soledad tan desoladora que sentimos cuando vivimos nuestra vida “sin nosotros”.
Y es aquí, donde aparece la gran diferencia de soledades.

La soledad como aislamiento, como desconexión de nosotros y de la vida. Esta soledad que nos duele, que nos aplasta, que nos enajena de nosotros.
La soledad como comprensión de lo que somos que nos permite hacernos cargo de nuestra vida. Esta soledad nos genera confianza y nos empodera, nos permite crecer y aportar. Nos permite ser lo que realmente somos.
¿Reconoces en ti estos dos tipos de soledades?
¿Qué tipo de soledad cultivas en tu vida?
Me encantaría leer tus comentarios.
Espero que te resulte enriquecedora esta reflexión.
Un beso